Natalia no pensaba; permanecía callada, ausente, como una autista. Escuchó una voz, alzó la vista y vió al hombre que la había llevado al hospital, su novio de turno.
- Bueno linda, me voy a tener que ir... pasé mucho tiempo acá ya. Tengo que ir a mi casa, creo que mi mujer empieza a sospechar que tengo una amante y sería una vergüenza para el country. Cuando salgas de acá llamame y nos vemos si querés.
- Llamá a mi hija... yo tengo una hija.- Él ya no estaba más, se había ido, como se habían ido todos hasta ahora.
- ¿Tenés una hija? Yo también tengo una, una bebita hermosa...
Natalia corrió su cabeza para ver de dónde venía la voz, era de la jovencita que estaba a su derecha. Morocha, de cabello largo, tez oscura, razgos gitanos. Ella la vió allí, luchando por cada bocanada de aire, moviendo vigorosamente su pecho. A pesar de todo el dolor que estaría sintiendo había una sonrisa dibujada en su rostro al hablar de su hija.
- ¿La buscaste? Digo... ¿buscaste quedar embarazada de tu hija? - preguntó Natalia.
- Sí, pero como la tuve muy jóven hubo un cambio hormonal muy importante en mi, por eso se me generó el asma. Igual no me importa, por lo menos tengo a mi linda bebita conmigo.
- ¿Cómo se llama la nena?
- Perla... ¿La suya?
- Dalila. Se llama Dalila. Como la bella filistea que enamoró a Sansón.
La gitana le sonrió, no conocía las historias de la Biblia. A ella tampoco le importaban demasiado aquellas, pero por algún extraño motivo alguien le había demostrado de pequeña que una mujer que sepa utilizar bien sus armas puede dominar hasta el hombre más fuerte. Ella nunca pudo retener a ninguno de todos los hombres a los que amó, por eso, como un pequeño acto de amor le dio a su hija el nombre de la mujer mas seductora de la Biblia, esperando que ella tuviese un poco más de suerte en el amor.