"Podía suceder, en cambio, que ella tuviera un amigo que a su vez fuese amigo mío. En ese caso bastaría con una simple presentación. Encandilado con la desagradable luz de la timidez, me eché gozosamente en brazos de esa posibilidad. ¡Una simple presentación!¡Qué fácil se volvía todo, qué amable! El encandilamiento me impidió ver inmediatamente lo absurdo de semejante idea. No pensé en aquél momento que encontrar a un amigo suyo era tan difícil como encontrar un amigo sin saber quién era ella. Pero si sabía quien era ella, ¿para qué recurrir a un tercero? Quedaba, es cierto, la pequeña ventaja de la presentación, que yo no desdeñaba. Pero, evidentemente, el problema básico era hallarla a ella y luego, en todo caso, buscar a un amigo común para que nos presentara.
Quedaba el camino inverso: ver si alguno de mis amigos era, por azar, amigo de ella. Y eso sí podía hacerse sin hallarla previamente, pues bastaría con interrogar a cada uno de mis conocidos acerca de una muchacha de tal estatura y de pelo así y así. Todo esto, sin embargo, me pareció una especie de frivolidad y lo deseché: me avergonzó el solo imaginar que hacía preguntas de esa naturaleza a gentes como Mapelli o Lartigue."
Ernesto Sábato, El Túnel, 1948